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17/12/12

¡mire ao paxariño!

Suxiro unha empatía. O fotografo entre as ruínas, a muller fotografada, a cidade en guerra o receptor da fotografía....

10/6/12

Hiroshima


Tras recibir la noticia del bombardeo de Hiroshima, Harry Truman, el entonces presidente de los Estados Unidos, declaró crudamente: "Éste es el suceso más grandioso de la historia".

 

8/6/12

Jorge Luis Borges - Deutches Requiem


Investigando nas orixes do nazismo  tres propostas .
1. Dúas películas:
  • O Xoven Törless 
  • A cinta branca
2. E un relato de Borges
  • Deutches Requiem

Aunque él me quitare la vida, en él confiaré.
Job 13:15

 

Mi nombre es Otto Dietrich zur Linde. Uno de mis antepasados, Christoph zur Linde, murió en la carga de caballería que decidió la victoria de Zorndorf. Mi bisabuelo materno, Ulrich Forkel, fue asesinado en la foresta de Marchenoir por francotiradores franceses, en los últimos días de 1870; el capitán Dietrich zur Linde, mi padre, se distinguió en el sitio de Namur, en 1914, y, dos años después, en la travesía del Danubio[1]. En cuanto a mí, seré fusilado por torturador y asesino. El tribunal ha procedido con rectitud; desde el principio, yo me he declarado culpable. Mañana, cuando el reloj de la prisión dé las nueve, yo habré entrado en la muerte; es natural que piense en mis mayores, ya que tan cerca estoy de su sombra, y a que de algún modo soy ellos.

Durante el juicio (que afortunadamente duró poco) no hablé; justificarme, entonces, hubiera entorpecido el dictamen y hubiera parecido una cobardía. Ahora las cosas han cambiado; en esta noche que precede a mi ejecución, puedo hablar sin temor. No pretendo ser perdonado, porque no hay culpa en mí, pero quiero ser comprendido. Quienes sepan oírme, comprenderán la historia de Alemania y la futura historia del mundo. Yo sé que casos como el mío, excepcionales y asombrosos ahora, serán muy en breve triviales. Mañana moriré, pero soy un símbolo de las generaciones del porvenir.


Nací en Marienburg, en 1908. Dos pasiones, ahora casi olvidadas, me permitieron afrontar con valor y aun con felicidad muchos años infaustos: la música y la metafísica. No puedo mencionar a todos mis bienhechores, pero hay dos nombres que no me resigno a omitir: el de Brahms y el de Schopenhauer. También frecuenté la poesía; a esos nombres quiero juntar otro vasto nombre germánico, William Shakespeare. Antes, la teología me interesó, pero de esa fantástica disciplina (y de la fe cristiana) me desvió para siempre Schopenhauer, con razones directas; Shakespeare y Brahms, con la infinita variedad de su mundo. Sepa quien se detiene maravillado, trémulo de ternura y de gratitud, ante cualquier lugar de la obra de esos felices, que yo también me detuve ahí, yo el abominable.

Hacia 1927 entraron en mi vida Nietzsche y Spengler. Observa un escritor del siglo XVIII que nadie quiere deber nada a sus contemporáneos; yo, para libertarme de una influencia que presentí opresora, escribí un artículo titulado Abrechnung mit Spengler, en el que hacía notar que el monumento más inequívoco de los rasgos que el autor llama fáusticos no es el misceláneo drama de Goethe[2] sino un poema redactado hace veinte siglos, el De rerum natura. Rendí justicia, empero, a la sinceridad del filósofo de la historia, a su espíritu radicalmente alemán (kerndeutsch), militar. En 1929 entré en el Partido.

Poco diré de mis años de aprendizaje. Fueron más duros para mí que para muchos otros ya que a pesar de no carecer de valor, me falta toda vocación de violencia. Comprendí, sin embargo, que estábamos al borde de un tiempo nuevo y que ese tiempo, comparable a las épocas iniciales del Islam o del Cristianismo, exigía hombres nuevos. Individualmente, mis camaradas me eran odiosos; en vano procuré razonar que para el alto fin que nos congregaba, no éramos individuos.

Aseveran los teólogos que si la atención del Señor se desviara un solo segundo de mi derecha mano que escribe, ésta recaería en la nada, como si la fulminara un fuego sin luz. Nadie puede ser, digo yo, nadie puede probar una copa de auga o partir un trozo de pan, sin justificación. Para cada hombre, esa justificación es distinta; yo esperaba la guerra inexorable que probaría nuestra fe. Me bastaba saber que yo sería un soldado de sus batallas. Alguna vez temí que nos defraudaran la cobardía de Inglaterra y de Rusia. El azar, o el destino, tejió de otra manera mi porvenir: el primero de marzo de 1939, al oscurecer, hubo disturbios en Tilsit que los diarios no registraron; en la calle detrás de la sinagoga, dos balas me atravesaron la pierna, que fue necesario amputar[3]. Días después, entraban en Bohemia nuestros ejércitos; cuando las sirenas lo proclamaron, yo estaba en el sedentario hospital, tratando de perderme y de olvidarme en los libros de Schopenhauer. Símolo de mi vano destino, dormía en el reborde de la ventana un gato enorme y fofo.

En el primer volumen de Parerga und paralipomena releí que todos los hechos que pueden ocurrirle a un hombre, desde el instante de su nacimiento hasta el de su muerte, han sido prefijados por él. Así, toda negligencia es deliberada, todo casual encuentro una cita, toda humillación una penitencia, todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio. No hay consuelo más hábil que el pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas; esa teleología individual nos revela un orden secreto y prodigiosamente nos confunde con la divinidad. ¿Qué ignorado propósito (cavilé) me hizo buscar ese atardecer, esas balas y esa mutilación? No el temor de la guerra, yo lo sabía; algo más profundo. Al fin creí entender. Morir por una religión es más simple que vivirla con plenitud; batallar en Éfeso contra las fieras es menos duro (miles de mártires oscuros lo hicieron) que ser Pablo, siervo de Jesucristo; un acto es menos que todas las horas de un hombre. La batalla y la gloria son facilidades, más ardua que la empresa de Napoleón fue la de Raskolnikov. El siete de febrero de 1941 fui nombrado subdirector del campo de concentración de Tarnowitz.

El ejercicio de ese cargo no me fue grato; pero no pequé nunca de negligencia. El cobarde se prueba entre las espadas; el misericordioso, el piadoso, busca el examen de las cárceles y del dolor ajeno. El nazismo, intrínsecamente, es un hecho moral, un despojarse del viejo hombre, que está viciado, para vestir el nuevo. En la batalla esa mutación es común, entre el clamor de las capitanes y el vocerío; no así en un torpe calabozo, donde nos tienta con antiguas ternuras la insidiosa piedad. No en vano escribo esa palabra; la piedad por el hombre superior es el último pecado de Zarathustra. Casi lo cometí (lo confieso) cuando nos remitieron de Breslau al insigne poeta David Jerusalem.

Era éste un hombre de cincuenta años. Pobre de bienes de este mundo, perseguido, negado, vituperado, había consagrado su genio a cantar la felicidad. Creo recordar que Albert Soergel, en la obra Dichtung der Zeit, lo equipara con Whitman. La comparación no es feliz; Whitman celebra el universo de un modo previo, general, casi indiferente; Jerusalem se alegra de cada cosa, con minucioso amor. No comete jamás enumeraciones, catálogos. Aún puedo repetir muchos hexámetros de aquel hondo poema que se titula Tse Yang, pintor de tigres, que está como rayado de tigres, que está como cargado y atravesado de tigres transversales y silenciosos. Tampoco olvidaré el soliloquio Rosencrantz habla con el Ángel, en el que un prestamista londinense del siglo XVI vanamente trata, al morir, de vindicar sus culpas, sin sospechar que la secreta justificación de su vida es haber inspirado a uno de sus clientes (que lo ha visto una sola vez y a quien no recuerda) el carácter de Shylock. Hombre de memorables ojos, de piel cetrina, de barba casi negra, David Jerusalem era el prototipo del judío sefardí, si bien pertenecía a los depravados y aborrecidos Ashkenazim. Fui severo con él; no permití que me ablandaran ni la compasión ni su gloria. Yo había comprendido hace muchos años que no hay cosa en el mundo que no sea germen de un Infierno posible; un rostro, una palabra, una brújula, un aviso de cigarrillos, podrían enloquecer a una persona, si ésta no lograra olvidarlos. ¿No estaría loco un hombre que continuamente se figurara el mapa de Hungría? Determiné aplicar ese principio al régimen disciplinario de nuestra casa y [4]... A fines de 1942, Jerusalem perdió la razón; el primero de marzo de 1943, logró darse muerte[5].

Ignoro si Jesusalem comprendió que si yo lo destruí, fue para destruir mi piedad. Ante mis ojos, no era un hombre, ni siquiera un judío; se había transformado en el símbolo de una detestada zona de mi alma. Yo agonicé con él, yo morí con él, yo de algún modo me he perdido con él; por eso, fui implacable.

Mientras tanto, giraban sobre nosotros los grandes días y las grandes noches de una guerra feliz. Había en el aire que respirábamos un sentimiento parecido al amor. Como si bruscamente el mar estuviera cerca, había un asombro y una exaltación en la sangre. Todo, en aquellos años, era distinto, hasta el sabor del sueño. (Yo, quizá, nunca fui plenamente feliz, pero es sabido que la desventura requiere paraísos perdidos.) No hay hombre que no aspire a la plenitud, es decir a la suma de experiencias de que un hombre es capaz; no hay hombre que no tema ser defraudado de alguna parte de ese patrimonio infinito. Pero todo lo ha tenido mi generación, porque primero le fue deparada la gloria y después la derrota.

En octubre o noviembre de 1942, mi hermano Friedrich pereció en la segunda batalla de El Alamein, en los arenales egipcios; un bombardeo aéreo, meses después, destrozó nuestra casa natal, otro, a fines de 1943, mi laboratorio. Acosado por vastos continentes, moría el Tercer Reich; su mano estaba contra todos y las manos de todos contra él. Entonces, algo singular ocurrió, que ahora creo entender. Yo me creía capaz de apurar la copa de la cólera, pero en las heces me detuvo un sabor no esperado, el misterioso y casi terrible sabor de la felicidad. Ensayé diversas explicaciones; no me bastó ninguna. Pensé: Me satisface la derrota, porque secretamente me sé culpable y sólo puede redimirme el castigo. Pensé: Me satisface la derrota, porque es un fin y yo estoy muy cansado. Pensé: Me satisface la derrota, porque ha ocurrido, porque está innumerablemente unida a todos los hechos que son, que fueron, que serán, porque censurar o deplorar un solo hecho real es blasfemar del universo. Esas razones ensayé, hasta dar con la verdadera.

Se ha dicho que todos los hombres nacen aristotélicos o platónicos. Ello equivale a declarar que no hay debate de carácter abstracto que no sea un momento de la polémica de Aristóteles y Platón; a través de los siglos y latitudes, cambian los nombres, los dialectos, las caras, pero no los eternos antagonistas. También la historia de los pueblos registra una continuidad secreta. Armiño, cuando degolló en una ciénaga las legiones de Varo, no se sabía precursor de un Imperio Alemán; Lutero, traductor de la Biblia, no sospechaba que su fin era forjar un pueblo que destruyera para siempre la Biblia; Christoph zur Linde, a quien mató una bala moscovita en 1758, preparó de algún modo las victorias de 1914; Hitler creyó luchar por un país, pero luchó por todos, aun por aquellos que agredió y detestó. No importa que su yo lo ignorara; lo sabían su sangre, su voluntad. El mundo se moría de judaísmo y de esa enfermedad del judaísmo, que es la fe de Jesús; nosotros le enseñamos la violencia y la fe de la espada. Esa espada nos mata y somos comparables al hechicero que teje un laberinto y que se ve forzado a errar en él hasta el fin de sus días o a David que juzga a un desconocido y lo condena a muerte y oye después la revelación: Tú eres aquel hombre. Muchas cosas hay que destruir para edificar el nuevo orden; ahora sabemos que Alemania era una de esas cosas. Hemos dado algo más que nuestra vida, hemos dado la suerte de nuestro querido país. Que otros maldigan y otros lloren; a mí me regocija que nuestro don sea orbicular y perfecto.

Se cierne ahora sobre el mundo una época implacable. Nosotros la forjamos, nosotros que ya somos su víctima. ¿Qué importa que Inglaterra sea el martillo y nosotros el yunque? Lo importante es que rija la violencia, no las serviles timideces cristianas. Si la victoria y la injusticia y la felicidad no son para Alemania, que sean para otras naciones. Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno.

Miro mi cara en el espejo para saber quién soy, para saber cómo me portaré dentro de unas horas, cuando me enfrente con el fin. Mi carne puede tener miedo; yo, no.


[1] Es significativa la omisión del antepasado más ilustre del narrador, el teólogo y hebraísta Johannes Forkel (1799-1846), que aplicó la dialéctica de Hegel a la cristología y cuya versión literal de algunos de los Libros Apócrifos mereció la censura de Hengstenberg y la aprobación de Thilo y Geseminus. (Nota del editor.)

[2] Otras naciones viven con inocencia, en sí y para sí como los minerales o los meteoros; Alemania es el espejo universal que a todas recibe, la conciencia del mundo (das Weltbewusstsein). Goethe es el prototipo de esa comprensión ecuménica. No lo censuro, pero no veo en él al hombre fáustico de la tesis de Spengler.

[3] Se murmulla que las consecuencias de esa herida fueron muy graves. (Nota del editor.)

[4] Ha sido inevitable, aquí, omitir algunas líneas. (Nota del editor.)

[5] Ni en los archivos ni en la obra de Soergel figura el nombre de Jerusalem. Tampoco lo registran las historias de la literatura alemana. No creo, sin embargo, que se trate de un personaje falso. Por orden de Otto Dietrich zur Linde fueron torturados en Tarnowitz muchos intelectuales judíos, entre ellos la pianista Emma Rosenzweig. “David Jerusalem” es tal vez un símbolo de varios indivíduos. Nos dicen que murió al primero de marzo de 1943; el primero de marzo de 1939, el narrador fue herido en Tilsit. (Nota del editor.)

En El Aleph, 1949

6/3/12

Vidas.zip  por Lorenzo Silva
RELATOS | Vidas.zip

Francotiradoras

Natalia Kovshova y María Polivanova.Natalia Kovshova y María Polivanova.
Un día más, Natalia ve marchar exhausta a sus alumnos. Un día más, ha tratado de enseñarles que el mundo es más ancho y profundo que lo que les muestran las pantallas de sus smartphones, sustituto natural de las videoconsolas portátiles que usaban hasta hace muy poco. Que la vida es algo más que el relato chusco y adelgazado que les llega rebotando como una bola de pinball por los pasadizos de las redes sociales. Que hay más conversaciones a su alcance que las banalidades que se cruzan a través del whatsapp, con la misma inercia con que años atrás vigilaban las evoluciones de sus Pokémon.
Lo último que hace Natalia es culparlos, a sus alumnos, de la atareada y vana distracción que los absorbe. Sabe que no son ellos quienes la organizan, alimentan y abastecen. Son otras mentes más adultas (al menos a juzgar por el tiempo que llevan funcionando) las que programan, distribuyen y mantienen ese tráfico ingente de naderías en que se consumen las energías de tantos jóvenes y mayores, poniendo a su disposición herramientas cada vez más potentes e invasivas, y fatalmente seductoras por el reclamo de su falsa gratuidad. Porque aquello que uno no paga en euros, en este mundo, Natalia no desiste de hacérselo entender a sus chavales, lo paga en otra moneda, que a nada que uno se descuide son jirones de la propia alma.
Con todo, y aunque los sabe ingenuos y manipulables, Natalia siente la necesidad de inculcarles la noción de que uno es responsable de lo que le pasa, incluido lo que otros hacen con él. Cuando les dice esto, muchos la miran como si estuviera chiflada. Pero no todos. Si Natalia continúa en la lucha es porque con los años ha aprendido a distinguir, dentro del grupo, a aquellos que tienen dentro de sí la disposición a no dejarse llevar sin más por la corriente, a creer y soñar que otro mundo, más autónomo y propio, es posible. No son muchos, y a menudo lo tienen difícil, porque no gozan precisamente de la simpatía de los compañeros, mínimo es el aliento que reciben del sistema y aun han de esconder sus cualidades para no padecer la represión de quienes, menos dotados que ellos y conscientes en el fondo de su inferioridad, ejercen su despótico liderazgo sobre el grupo.
Para ellos, para los cuatro o cinco que tiene este año, pero también para sacudir a los otros, los que se regodean en su indiferencia absoluta hacia lo que les cuenta, Natalia ha rescatado hoy la historia de las francotiradoras rusas. Y se la ha contado en toda su crudeza. Natalia Kovshova y María Polivanova, se llamaban. Una disparaba y la otra corregía el tiro. Juntas acabaron con más de 300 soldados alemanes. Para su letal cometido eran mejores que los hombres, entre otras cosas porque respiraban mejor y al ser más pequeñas y ligeras podían esconderse en lugares casi inverosímiles. Las dos murieron en agosto de 1942, en Leningrado. Rodeadas por el enemigo, siguieron disparando y haciéndole bajas hasta que agotaron sus municiones. Cuando los alemanes fueron a apresarlas, se volaron en pedazos con granadas de mano, llevándose por delante a sus captores.
Tras contar el desenlace trágico de las dos francotiradoras, Natalia ha saboreado el silencio sepulcral que reinaba en el aula. Incluso los más obtusos estaban impresionados con la hazaña de aquellas mujeres, cuyas fotos miraban incrédulos. Parecían tan poquita cosa, y sin embargo... Eso ha querido transmitirles: no hay enemigo tan poderoso que no se le pueda plantar cara, y a quien no quepa, aún siendo más débil, hacerle daño.
También ella se siente una francotiradora. Sabe que la mayoría se le escaparán, que su enemigo es mucho más fuerte que ella. Como su tocaya, escoge sus blancos. Y como ella, inflexible, continuará disparando hasta que se le agote la munición.

27/5/11

O aeródromo de Lugo. Unha historia da Segunda Guerra Mundial

Esta mañá unha pregunta de David, "Martínez" para os compañeiros, desatou a curiosidade sobre o aeródromo de lugo. Debo recoñecer que nin sequera sabía da súa existencia. A cousa que mirando,mirando, vexo que ten unha historia ben interesante.

Pasovos un artigo da páxina web  "Aviadores. Temas de aviación" que agardo resulte de interés. Ademáis de cuestións bélicas e tecnolóxicas aporta elementos de interés sobre as relacións entre as potencias fascistas europeas e o réxime de Franco.

29/4/11

La vida Natural. David Roas. (Revisitando palabrasmaldichas)

LA VIDA NATURAL


Queridos Papá y Mamá:

Siento haber tardado tanto en escribiros. Espero que estáis bien. Sé que mi decisión de trasladarme al campo no os hizo mucha gracia, pero tras un año en el frente pensé que era lo mejor. No diré que sea fácil, pero la vida natural, la disciplina y el trabajo duro son un gran estímulo. Al principio, lo reconozco, temí no acostumbrarme: echaba de menos los cafés, los restaurantes, las salas de cine... Pero vivir en el campo está resultando muy satisfactorio. Y tampoco he renunciado del todo a los pequeños placeres: en los días señalados, mis compañeros y yo organizamos fiestas a las que incluso asisten algunas chicas de la vecindad (antes de que te inquietes, mamá, decirte que siempre me porto como un caballero). Incluso hemos formado una pequeña orquesta para amenizar los bailes.
Cada día nos depara una nueva sorpresa. Y ahora que ya ha pasado lo peor del invierno y la primavera empieza a notarse, es un placer muy grato levantarse pronto y respirar el aire puro del bosque, la fragancia del tomillo, mientras amanece sobre las montañas cercanas. Lamentablemente, hay días en que el viento cambia y arrastra hacia nosotros el humo de las chimeneas. Pero eso ocurre muy pocas veces.
El señor Rauscher ha resultado ser un jefe admirable. Severo, pero comprensivo. No suele dar muchas órdenes, pues confía en nuestra iniciativa para que las diversas labores vayan desarrollándose a su ritmo adecuado.Aveces, es cierto, se enfada y la toma con alguno de nosotros (sí, papá, hasta ahora he cumplido fielmente con mis obligaciones y no me he ganado ninguna reprimenda). Pero el castigo siempre es justo.
Aunque debo confesar que la mayoría de problemas los causan los trabajadores. Si bien hay mano de obra suficiente y sabemos cómo hacer que rindan para que el señor Rauscher se sienta orgulloso de nosotros, en muchas ocasiones resulta verdaderamente fastidioso lidiar con ellos. La mayoría son individuos zafios, desaseados (el olor de algunos te marearía, mamá), y muchos de ellos ni siquiera saben trabajar. Eso nos obliga a veces a aplicar severos correctivos. Por suerte, los reemplazos son continuos.
Ah, papá, con lo que a ti te gustan los trenes, te encantaría ver los que llegan hasta aquí. ¡Menudas máquinas! Y menuda obra de ingeniería ha hecho falta para conseguirlo.
Hoy ha llegado otro reemplazo. Su aspecto no es tan desastrado, pero algunos son extranjeros y no comprenden bien nuestra lengua. Con ellos hay que tener todavía más mano dura (ya ha ocurrido otras veces), puesto que, además del problema del idioma, parecen no comprender la vida del campo.
Pero no voy a molestaros más con estos nimios asuntos. No quiero que penséis ni por un minuto que lo estoy pasando mal. Vine porque así lo quise. Me encanta mi nueva vida. Y no hagáis mucho caso de lo que se cuenta por ahí. No es para tanto.
Espero que Frieda esté bien. ¿Ha nacido ya mi sobrinito? Decidme que no: me gustaría tanto estar ahí cuando ocurra tan feliz acontecimiento. Escribidme pronto, por favor.
Vuestro hijo, que os quiere,

Hans

Posdata sólo para papá:
Papá, espero que te guste el reloj que te mando. Aunque tardaron mucho en llegar, en la última remesa había algunos preciosos. Creo que he escogido bien, aunque si no te gusta, dímelo y trataré de enviarte otro. Para mamá y Frieda todavía no he encontrado nada digno de ellas (había pensado en un buen abrigo de pieles, pero los que llegan están muy pasados de moda). Este domingo tengo permiso y pasaré la tarde en Weimar. Quizá allí pueda comprarles algo bonito. Para que no se pongan celosas (las conozco y ya imagino su cara cuando abras el paquete), diles que su regalo he tenido que enviarlo aparte y que está a punto de llegar.


DAVID ROAS, Distorsiones, Páginas de Espuma, Madrid, pp. 41-43.

27/4/11

Sesión de maquillaje. (Revisitando Palabrasmaldichas)


LA SESIÓN DE MAQUILLAJE


El Nobel de Literatura Sigmund Grossman ha aceptado ir al magazine de las mañanas de la televisión pública, aprovechando que está en Barcelona para recoger el premio Memoria Hebrea, que distingue a las personas que trabajan a favor de la divulgación del horror nazi. El hombre se desenvuelve bien en español, porque su segunda mujer —la primera murió en el campo de Birkenau—nació Tarragona, aunque ha vivido buena parte de su vida en Varsovia. No le hará falta traductor simultáneo, pues.
Cuando termine la entrevista, que le han asegurado que no será muy larga, se irá al hotel a repasar el discurso de aceptación del galardón y a dormir un poco (se cansa mucho, está mayor). Tras el homenaje, cenarán con el presidente y con su editor (que tiene los derechos de toda su obra, porque le publicó Canción de cuna en el campo de exterminio antes de que ganara el Nobel, cuando aquí aún no lo conocía nadie). Al día siguiente por la mañana tiene que coger el avión para Bélgica, donde empezará la gira europea.
La azafata lo acompaña del brazo a la sala de maquillaje y peluquería, le indica dónde sentarse y se ofrece a guardarle el bastón mientras tanto. Enseguida, una maquilladora le echa un vistazo profesional y le anuncia que sólo le aplicará un poquito de base en la cara y le tapará los brillos de la calva y de las manos. Y ya le protege el cuello de la camisa con dos servilletas de papel, para que no se le manche. Empieza el trabajo.
—¿Está cómodo?—le pregunta.
—Sí, muchas gracias.
La chica unta una esponja triangular con la pasta marrón de un tubo. Después se la aplica en la cara.
—Y usted ¿de qué viene a hablar?—le pregunta, sin dejar de maquillarle.
—¿Perdón?
El Nobel no la ha entendido. A veces, si el interlocutor habla deprisa y no puede verle los labios, no acaba de saber qué le dice. Además, está sordo del oído derecho.
—Que de qué hablará.—Y con un pincel señala el techo, para que el hombre mire hacía arriba (le quiere tapar las bolsas de los ojos)
—¿De qué tema viene a hablar al programa?
—¡Ah! De un libro que he escrito, supongo...—Y sonríe con modestia.
Ahora la maquilladora le señala el suelo, para que mire hacia abajo (le quiere repasar los párpados). El no lo entiende.
—Mire al suelo.. .—El tono es como un sonsonete. Sol, mi bemol, sol, sol. Sigmund Grossman lo sabe porque antes tocaba el violín.
—¿Y de qué va, el libro?
El premio Nobel vuelve a sonreír. El argumento de El gélido sopor de Auschwitz, su última obra, no es fácil de explicar. En el plató, cuando le pregunten, quizás dirá que es la historia de su vida en el campo de concentración. Y que también es una reflexión sobre el mal.
—Es una novela—contesta finalmente.
—¡Ah! Pues qué bien que le entrevisten, ¿no?—exclama la maquilladora—. Lo va a notar un montón en las ventas. Este programa tiene mucha audiencia. Lo ve mucha gente. No hable ahora.
Moja un bastoncito en un tubo lleno de una pasta brillante y transparente y se lo aplica por los labios.
—Ahora ya puede hablar. ¿Qué me estaba diciendo?
Pero el hombre sólo sonríe y hace un gesto con la mano.
—¿Y es el primer libro que escribe?
—No... Ya llevo unos cuantos.
—¿Ah, sí?—Ella parece muy contenta—. Qué bien, ¿no?
—Sí.
—¿Y cuántos más ha escrito?
Para no tener que responder, Sigmund Grossman finge no recordarlo. Ríe y, al hacerlo, se le marcan unos surcos en la barbilla, como los de la concha de una vieira.
Uy... No sabría decirle.. .—Se nota que no es castellanoparlante porque habla con demasiada corrección.
—¿No se acuerda? ¡Eso quiere decir que son muchos! ¿Más de cuatro?
—Sí, sí. Unos cuantos más...
Ha escrito doce novelas y un volumen de poesía: Genocidio concertado.
—¡Hala! ¡Más de cuatro! Pero entonces ya se puede decir que es un profesional. —La mujer tiene una voz infantil—. ¿Cómo se llama usted?
—Eh... Sigmund.
Sigmund, Sigmund... Pero Sigmund ¿qué más?
Sigmund Grossman.
Mmm... No me suena—y menea la cabeza—. Por si acaso, después me lo apunta. No me suena. Pero es que yo para los nombres... Dígame títulos de sus libros. ¿Todos son novelas?
—Sí.
El premio Nobel ha dicho que sí para no tener que extenderse.
—Y ¿están bien?
Él hace un gesto ambiguo.
Dígame títulos a ver si me suenan. Yo leo mucho. Me encanta leer, pero no tengo tiempo.
Ah, eso está muy bien. ¿Y qué lee?—El hombre se lo pregunta para tratar de cambiar de tema.
—¡Buá! ¡De todo! Ahora me he bajado uno de crecimiento personal, en pdf. Ah... Lo tengo aquí, en la taquilla. No me acuerdo del título exactamente. Es que yo, para los títulos...
Va hasta la taquilla y vuelve con unos folios encuadernados:
—Éste. Eso: No le llames más. ¿Lo conoce?
—No. No, no.
—Está muy bien. Lo ha escrito una chica que sale en el programa, que es sexóloga.
Ah.
—A ver. Es muy útil. Te quita la dependencia emocional que puedas tener por una ex pareja.
—Ajá...
—Venga, dígame un título de un libro suyo, que me lo voy a bajar. Para cuando me termine éste.
Ya se lo enviaré, no se preocupe.
—Pero ¡si no sabe mi nombre! Ahora se lo apunto. Laura Piris, me llamo. Después, después se lo apunto.
—Sí, gracias.
La chica coge una brocha y le colorea las mejillas:
—Pero ¿de qué va el que me enviará?
—Del Holocausto...
—A mí, sobre todo, me gustan los de intriga. ¿Es rollo intriga, éste?
El hombre hace una mueca de dolor que tanto puede querer decir que sí como que no.
—Ahora le maquillaré un poquitín las manos...—anuncia la chica—. ¿Se puede remangar, para que no le manche los puños?
—¡Ah! Sí, sí.
El hombre trata de obedecer pero le tiembla el pulso. Así pues, ella le ayuda. Pero a medio hacer se interrumpe, admirada.
—¡Joder!——y le clava los ojos en el antebrazo izquierdo—. Pero ¡si tiene un tatuaje! Qué. moderno.
Él trata de bajarse la manga, de repente muy incómodo. Se atraganta.
—¿Qué es? ¿Qué simboliza?
—Un... número.. .—murmura con un hilillo de voz.
—Un número. Y qué largo.... ¡Qué original!... Yo tengo una mariquita, pero aquí. —Y se aparta la tira del sujetador para que él pueda verla.
—Muy bonita...
—A mí me gusta que los tatus no sean muy grandes. Así, como el que lleva usted, que es superelegante. Que se noten pero que no se noten. ¿Quién se lo ha hecho? ¡Es que me encanta!...



EMPAR MOLINER, No hay terceras personas, Acantilado, Barcelona, 2010, pp. 9-13.
Vía Palabrasmaldichas.blogspot.com

25/4/11

¿xogamos á guerra? Damas chinesas das Xuventudes Hitlerianas

Preséntase como  "máis barato edición popular" Este xogo practícase dacordo a normas similares ás damas chinesas. No interior da tapa di baixo o título "pobo ás armas. O xogo moderno da guerra"  Tamén podemos ler: "O ataque á carreira é a alma do xogo, atacar é gañar." 
Os xoguetes serviron no Terceiro Reich para a educación militar. Neste caso amosa que mesmo nos xogos tradicionais resáltanse os seus compoñentes agresivos.





BRETTSPIEL "HITLERJUGEND GELÄNDE-ÜBUNG
VERLAG VON O.& M. HAUSSER, LUDWIGSBURG UM 1940; PAPPE, HOLZ, METALL; VERPACKUNG 39,5 X 29,5 X 32 CM

20/4/11

Algunhas claves das guerras. (reeditando entradas)

"Quizabés dun xeito un pouco inxenuo, en 1932, pouco antes da segunda guerra mundial, Albert Einstein escribía a Sigmond Freud unha carta: Por que a guerra?, na que se preguntaba se sería posible dirixir a evolución psíquica dos homes de xeito que puidesen ser máis resistentes á psicose do odio e da destrucción". Na súa carta, Einstein dábase conta de que esa espiral de odio era a responsable directa da destrucción de Europa. Tamén intuía a responsabilidade de gobernantes e políticos en tal situación, e engadía " A miña experiencia demostra que é precisamente a chamada clase intelectual a máis disposta a ceder a esas desastrosas suxestións colectivas, porque o intelectual carece de contacto directo coa realidade, ao vivila a través da súa forma resumida máis doada: a páxina impresa"

Pareceme esta unha intuición acertada e non quero deixala pasar. Os conflictos bélicos son deseñados en despachos, sobre mapas que amosan territorios, que trazan fronteiras, pero que non mostran os campos sementados, a terra traballada, as rúas e prazas, as escolas e fogares, a mesa posta para o xantar...Os mapas non mostran humanidade porque están feitos a unha escala que reduce os mundos nos que viven as persoas a lugares estratéxicos. E as persoas que manexan mapas, como aquel xeógrafo do Principiño de Antoine de Saint-Exupery, non ve as rosas nin os baobabs, non lles interesan porque disque non son inmutables. Poñernos a pensar nas verdades inmutables, nos principios absolutos, moitas veces fainos desenfocar a realidade, impídenos ver o que de verdade é valioso, significativo, humano: a vida que xorde ao noso redor de xeito irrefreable, o poder transformador do amor.

Cando poñemos os ollos nas cousas, no externo a nós mesmas e organizamos a política en razón a principios alleos á humanidade ( poder, economía, territorios, fronteiras, estratéxias...) desenfocamos o importante, os valores propiamente humanos: a vida, o amor, o coidado, a orde interna e amorosa que nos move. So cando nos volvemos a ver a realidade dos corpos. o que amamos, o que é significativo para nós (como era significativa a rosa para O Principiño), estamos en condicións de facer políticas de paz."


Marisa Vidal Collazo; Facendo política a paz. As mulleres e as guerras. Encrucillada nº169.2010

17/4/11

Outra de Ein Volk...agora un documento da época.

Panfleto titulado, Ein Volk, Ein Reich, Ein Führer (Un Pobo, un Imperio, un Führer(lider), describe os sucesos clave nos inicios do movemento Nazi. Inclúe o servicio militar de Hitler na Iª Guerra Mundial, a expansión do movemento durante os anos 20, culminando coa anexión de Austria en 1938.
Fonte: Heüdtlass, Ein Volk, Ein Reich, Ein Führer, Howard Mowen NSDAP Collection, Western Michigan University



Vía WMU World War II propaganda collections

A segunda guerra Mundial en facebook (II)



A prometida segunda parte:
http://www.francescjosep.net/humor-original-la-segunda-guerra-mundial%E2%80%A6-en-facebook-ii/

29/1/11

Kseniya Sinonova

Outra forma, emocionante, de presentar a Guerra. Desta vez dende Ucrania e con area. Aínda que a artista está a narrar a IIª Guerra Mundial en Ucrania paga a pena adicarlle 10 minutos.


Éste foi o comentario do periódico The Guardian:
Here, she recounts Germany conquering Ukraine in the second world war. She brings calm, then conflict. A couple on a bench become a woman's face; a peaceful walkway becomes a conflagration; a weeping widow morphs into an obelisk for an unknown soldier. Simonova looks like some vengeful Old Testament deity as she destroys then recreates her scenes - with deft strokes, sprinkles and sweeps she keeps the narrative going. She moves the judges to tears as she subtitles the final scene "you are always near".
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