"En este sentido, la implacable persecución de que fue objeto a lo largo de su vida el teólogo y científico español Miguel Servet representa el contramodelo máximo de las aspiraciones contemporáneas, siendo éste uno de los motivos que justifican la atención creciente que viene dedicándosele1 . Evidentemente, el principal interés de la figura de Servet no radica en su temeraria forma de huir, sin dejar al mismo tiempo de provocar a las autoridades, que fueron acosándolo hasta acabar con él de forma espectacular. Su extensa, ambiciosa y original obra merece bastantes más estudios que los abundantes ya publicados, pues todavía es mucho más lo que queda por decir que lo dicho hasta ahora. No obstante, cuando seguimos el rastro de sus huellas escapando por pies de una a otra ciudad europea (Zaragoza, Toulouse, Basilea, Estrasburgo, Lyon, etc.), o cuando somos conscientes del ensañamiento con que se le acechó, no podemos por menos que sentirnos sobrecogidos, así como internamente involucrados en la defensa de los principios más elementales relativos a la dignidad del ser humano, que sistemáticamente le fueron negados.Nada más significativo a este respecto que recordar cómo, mientras que en un primer momento se le juzgó in absentia (por la Inquisición zaragozana), antes de ser atrapado y definitivamente sacrificado (por el Consistorio de Ginebra, dirigido por Calvino), había sido quemado in effigie, esto es, en forma de estatua (por la Inquisición de Vienne). Pero lo llamativo del caso desde nuestra perspectiva actual es que, para dar más carácter de verosimilitud a dicha ejecución simbólica, tal y como solía hacerse antes de quemar a los condenados de carne y hueso, su efigie fue previamente ahorcada un momento, con el fin de embotarle la «sensibilidad». Resulta no sólo doloroso, sino, en este caso, tristemente irónico contrastar tal delicadeza con la extrema crueldad con que finalmente acabó siendo ajusticiado en la realidad: a fuego lento, y sin atender a sus últimos ruegos. Tres décadas antes de que esto suce diera, su admirado Erasmo de Rotterdam había escrito: «Definimos demasiadas cosas que sin peligro de salvación podrían ser dejadas en ignorancia o en duda. ¿Es que no es posible tener amistad con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sin ser capaz de explicar filosófi- camente la distinción entre ellos, y entre la generación del Hijo y la procesión del Espíritu Santo? [...]. No te vas a condenar si no sabes si el Espíritu que procede del Padre y del Hijo tiene uno o dos orígenes; pero no vas a escaparte de la condenación si no cultivas los frutos del Espíritu que son caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, mansedumbre, piedad, fe, modestia, continencia y castidad [...]. Definamos lo menos posible y en muchos asuntos dejemos a cada uno libre para seguir su propio juicio».Dicha declaración de tolerancia enlaza con el principal propósito de este interesante, y a ratos apasionante, libro, que retoma con acierto la inseparable relación entre la obra y el talante de Miguel Servet, además de representar un consumado ejemplo de lo que se conoce como historia de larga duración. El mérito y el atractivo de la obra son aún mayores al concentrarse en la vida y la obra de un individuo sin que ello suponga perder de vista la clave panorámica que da sentido al conjunto: una reflexión sobre la libertad de pensamiento desde el siglo XVI hasta nuestros días. En realidad, el libro recoge las intervenciones presentadas al coloquio celebrado en París en 2003 con motivo del 450 aniversario de la ejecución en la hoguera de Servet. Como queda claro en la introducción, no es ésta la primera vez que se conmemora tan lamentable suceso: en 1903, coincidiendo con el 350 aniversario, un grupo de librepensadores planteó en Ginebra la conveniencia de reparar el martirio del aragonés con un monumento erigido en su memoria. A este monumento le siguieron en Francia otros tres más en muy poco tiempo, lo que reflejaba la necesidad de expiación y encuentro entre distintas ideologías en un momento de incipiente secularización. Cincuenta años después, en el cuarto centenario de la muerte de Servet, volvió a celebrarse en Ginebra otro congreso internacional, en este caso sobre la tolerancia. Tras la experiencia de las dos guerras mundiales, la defensa de la libertad de conciencia y la ansiedad por favorecer un clima de ecumenismo y respeto interconfesional era vivida de forma mucho más acuciante y, aunque el congreso no resultó demasiado eficaz en el plano políticoreligioso, al menos sí supuso una importante renovación de los estudios sobre el eterno tema de la tolerancia (destacando los excelentes trabajos sobre Servet y Castellion escritos por el gran pionero de la historia religiosa europea del siglo XVI, Ronald H. Bainton).
http://www.revistadelibros.net/articulo_completo.php?art=3
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