A segunda entrada desta serie recolle un texto do
recentemente premiado co Príncipe de Asturias, Zygmunt Bauman. "Sometimes the state is involved in criminal activity but you have to obey orders," he said.
"Why didn't they transfer you?" The prosecutor demanded.
"I was doing a very good job. I was meticulous," Eichmann conceded.
“Hannah Arendt explica la sorpresa y el desconcierto que sentimos la mayoría de nosotros cuando nos enteramos por primera vez de lo de Auschwitz y el gesto de desesperación con el que reaccionamos a la noticia atribuyéndolos a la atroz dificultad de la tarea de absorber aquella verdad y de hacerle un sitio en la imagen del mundo con la que pensamos y vivimos: una imagen basada en “el supuesto vigente en todos los sistemas legales modernos de que la intención de obrar mal es condición necesaria para la comisión de un delito”
Este supuesto estuvo, sin duda presente, aunque de forma invisible en el banquillo de los acusados a lo largo del juicio a Eichmann celebrado en Jerusalén. Con la ayuda de sus preparados abogados, Eichmann trató de convencer al tribunal de que, como el único móvil que le guió fue el del trabajo bien hecho (es decir, realizado a satisfacción de sus superiores), sus motivaciones no guardaban relación con la naturaleza y la surte de los objetos de sus acciones, de que el hecho de que Eichmann, en cuanto persona privada, sintiera rencor o no hacia los judíos estaba fuera de lugar en aquel momento(…) y de que él no podía soportar personalmente siquiera contemplar un asesinato, y menos aún un asesinato en masa como aquel de que se le acusaba. Dicho de otro modo, Eichmann y sus abogados dieron a entender que la muerte de unos seis millones de seres humanos no había sido más que un efecto secundario(…) del hecho de haber actuado motivado por la lealtad de servicio ( es decir, por una virtud concienzuda y cuidadosamente inculcada en todos los funcionarios de la burocracias modernas, (…)La “intención de obrar mal” estaba, pues ausente - o eso fue lo que Eichmann y sus abogados sostuvieron-, puesto que no había nada de malo en el cumplimiento del deber con la mayor eficiencia posible, conforme a la intención de otra persona que ocupara una posición más elevada en la jerarquía. La que estaría “mal”, por el contrario, sería la intención de desobedecer esas órdenes.
(…)
Hannah Arendt indagó sobre la banalidad del mal moderno en la irreflexión de Eichmann. Pero la incapacidad de (o la renuncia a) pensar era la última falta de la que Eichmann podía ser acusado. Él era un burócrata puro y duro, alguien que parecía directamente descendido del tipo ideal límpido y prístino formulado por Max Weber, no manchado por las impurezas mundanas que tienden a enturbiar la claridad de la razón centrada en el objetivo. Todo buen burócrata que se precie como tal debe ser reflexivo. Debe, como ya sabemos desde la obra de Max Weber, extender al límite su inteligencia y sus capacidades de cálculo. Debe seleccionar esmeradamente los medios más adecuados para el fin que se le ha ordenado alcanzar (…)Necesita medir y calcular. Necesita, en realidad, ser maestro supremo del cálculo racional.
Los burócratas modernos (…)lo que no deben hacer es permitir que nada les desvíe del camino correcto de la racionalidad sobria e inflexiblemente centrada en la tarea en cuestión: ni la compasión, ni la lástima, ni la vergüenza, ni la conciencia, ni la simpatía o la antipatía por los “objetos”, ni las lealtades o compromisos que no sean con la tarea y la lealtad debida hacia los demás compañeros burócratas comprometidos como ellos en el desempeño de sus funciones(…)
(…)Lo que distingue al mal administrado y llevado a cabo burocráticamente no es tanto su banalidad (sobre todo, si se le compara con los males que solían acuciar a las sociedades antes de que se inventasen la burocracia moderna y su “gestión científica del trabajo”) como su racionalidad.”
BAUMAN, Zygmunt; Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores. Paidós, pxs. 82-85.
"Why didn't they transfer you?" The prosecutor demanded.
"I was doing a very good job. I was meticulous," Eichmann conceded.
“Hannah Arendt explica la sorpresa y el desconcierto que sentimos la mayoría de nosotros cuando nos enteramos por primera vez de lo de Auschwitz y el gesto de desesperación con el que reaccionamos a la noticia atribuyéndolos a la atroz dificultad de la tarea de absorber aquella verdad y de hacerle un sitio en la imagen del mundo con la que pensamos y vivimos: una imagen basada en “el supuesto vigente en todos los sistemas legales modernos de que la intención de obrar mal es condición necesaria para la comisión de un delito”
Este supuesto estuvo, sin duda presente, aunque de forma invisible en el banquillo de los acusados a lo largo del juicio a Eichmann celebrado en Jerusalén. Con la ayuda de sus preparados abogados, Eichmann trató de convencer al tribunal de que, como el único móvil que le guió fue el del trabajo bien hecho (es decir, realizado a satisfacción de sus superiores), sus motivaciones no guardaban relación con la naturaleza y la surte de los objetos de sus acciones, de que el hecho de que Eichmann, en cuanto persona privada, sintiera rencor o no hacia los judíos estaba fuera de lugar en aquel momento(…) y de que él no podía soportar personalmente siquiera contemplar un asesinato, y menos aún un asesinato en masa como aquel de que se le acusaba. Dicho de otro modo, Eichmann y sus abogados dieron a entender que la muerte de unos seis millones de seres humanos no había sido más que un efecto secundario(…) del hecho de haber actuado motivado por la lealtad de servicio ( es decir, por una virtud concienzuda y cuidadosamente inculcada en todos los funcionarios de la burocracias modernas, (…)La “intención de obrar mal” estaba, pues ausente - o eso fue lo que Eichmann y sus abogados sostuvieron-, puesto que no había nada de malo en el cumplimiento del deber con la mayor eficiencia posible, conforme a la intención de otra persona que ocupara una posición más elevada en la jerarquía. La que estaría “mal”, por el contrario, sería la intención de desobedecer esas órdenes.
(…)
Hannah Arendt indagó sobre la banalidad del mal moderno en la irreflexión de Eichmann. Pero la incapacidad de (o la renuncia a) pensar era la última falta de la que Eichmann podía ser acusado. Él era un burócrata puro y duro, alguien que parecía directamente descendido del tipo ideal límpido y prístino formulado por Max Weber, no manchado por las impurezas mundanas que tienden a enturbiar la claridad de la razón centrada en el objetivo. Todo buen burócrata que se precie como tal debe ser reflexivo. Debe, como ya sabemos desde la obra de Max Weber, extender al límite su inteligencia y sus capacidades de cálculo. Debe seleccionar esmeradamente los medios más adecuados para el fin que se le ha ordenado alcanzar (…)Necesita medir y calcular. Necesita, en realidad, ser maestro supremo del cálculo racional.
Los burócratas modernos (…)lo que no deben hacer es permitir que nada les desvíe del camino correcto de la racionalidad sobria e inflexiblemente centrada en la tarea en cuestión: ni la compasión, ni la lástima, ni la vergüenza, ni la conciencia, ni la simpatía o la antipatía por los “objetos”, ni las lealtades o compromisos que no sean con la tarea y la lealtad debida hacia los demás compañeros burócratas comprometidos como ellos en el desempeño de sus funciones(…)
(…)Lo que distingue al mal administrado y llevado a cabo burocráticamente no es tanto su banalidad (sobre todo, si se le compara con los males que solían acuciar a las sociedades antes de que se inventasen la burocracia moderna y su “gestión científica del trabajo”) como su racionalidad.”
BAUMAN, Zygmunt; Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores. Paidós, pxs. 82-85.
Hai un ano publicábamos en Xiztoria
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