En treinta y tantos años de
democracia y después de casi cuarenta de dictadura no se ha hecho
ninguna pedagogía democrática. La democracia tiene que ser enseñada,
porque no es natural, porque va en contra de inclinaciones muy
arraigadas en los seres humanos. Lo natural no es la igualdad sino el
dominio de los fuertes sobre los débiles. Lo natural es el clan familiar
y la tribu, los lazos de sangre, el recelo hacia los forasteros, el
apego a lo conocido, el rechazo de quien habla otra lengua o tiene otro
color de pelo o de piel. Y la tendencia infantil y adolescente a poner
las propias apetencias por encima de todo, sin reparar en las
consecuencias que pueden tener para los otros, es tan poderosa que hacen
muchos años de constante educación para corregirla. Lo natural es
exigir límites a los demás y no aceptarlos en uno mismo. Creerse uno el
centro del mundo es tan natural como como creer que la Tierra ocupa el
centro del universo y que el Sol gira alrededor de ella. El prejuicio es
mucho más natural que la vocación sincera de saber. Lo natural es la
barbarie, no la civilización, el grito o el puñetazo y no el argumento
persuasivo, la fruición inmediata y no el empeño a largo plazo. Lo
natural es que haya señores y súbditos, no ciudadanos que delegan en
otros, temporalmente y bajo estrictas condiciones, el ejercicio de la
soberanía y la administración del bien común. Lo natural es la
ignorancia: no hay aprendizaje que no requiera un esfuerzo y que no
tarde en dar fruto. Y si la democracia no se enseña con paciencia y
dedicación y no se aprende en la práctica cotidiana, sus grandes
principios quedan en el vacío o sirven como pantalla a la corrupción y a
la demagogia.
Antonio Muñoz Molina, Todo lo que era sólido, Seix Barral, Barcelona, 2013, pp. 102-103.
Desde o blog Niebla Eterna
En treinta y tantos años de
democracia y después de casi cuarenta de dictadura no se ha hecho
ninguna pedagogía democrática. La democracia tiene que ser enseñada,
porque no es natural, porque va en contra de inclinaciones muy
arraigadas en los seres humanos. Lo natural no es la igualdad sino el
dominio de los fuertes sobre los débiles. Lo natural es el clan familiar
y la tribu, los lazos de sangre, el recelo hacia los forasteros, el
apego a lo conocido, el rechazo de quien habla otra lengua o tiene otro
color de pelo o de piel. Y la tendencia infantil y adolescente a poner
las propias apetencias por encima de todo, sin reparar en las
consecuencias que pueden tener para los otros, es tan poderosa que hacen
muchos años de constante educación para corregirla. Lo natural es
exigir límites a los demás y no aceptarlos en uno mismo. Creerse uno el
centro del mundo es tan natural como como creer que la Tierra ocupa el
centro del universo y que el Sol gira alrededor de ella. El prejuicio es
mucho más natural que la vocación sincera de saber. Lo natural es la
barbarie, no la civilización, el grito o el puñetazo y no el argumento
persuasivo, la fruición inmediata y no el empeño a largo plazo. Lo
natural es que haya señores y súbditos, no ciudadanos que delegan en
otros, temporalmente y bajo estrictas condiciones, el ejercicio de la
soberanía y la administración del bien común. Lo natural es la
ignorancia: no hay aprendizaje que no requiera un esfuerzo y que no
tarde en dar fruto. Y si la democracia no se enseña con paciencia y
dedicación y no se aprende en la práctica cotidiana, sus grandes
principios quedan en el vacío o sirven como pantalla a la corrupción y a
la demagogia.
Antonio Muñoz Molina, Todo lo que era sólido, Seix Barral, Barcelona, 2013, pp. 102-103.
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