Con más rapidez que la ley de nuestro
profeta Mahoma han visto los cristianos de este siglo extenderse en sus países una secta de
hombres extraordinarios que se llaman proyectistas. Éstos son unos entes que, sin patrimonio
propio, pretenden enriquecer los países en que se hallan, o ya como naturales, o ya como
advenedizos. Hasta en España, cuyos habitantes no han dejado de ser alguna vez demasiado tenaces en
conservar sus antiguos usos, se hallan varios de estos innovadores de profesión. Mi amigo
Nuño me decía, hablando de esta secta, que jamás había
podido mirar uno de ellos sin llorar o
reír, conforme la disposición de humores en que se hallaba.
-Bien sé yo -decía ayer mi amigo a un
proyectista-, bien sé yo que desde el siglo XVI hemos perdido los españoles el terreno que
algunas otras naciones han adelantado en varias ciencias y artes. Largas guerras, lejanas
conquistas, urgencias de los primeros reyes austríacos, desidia de los últimos, división de España al
principio del siglo, continua extracción de hombres para las Américas, y otras causas, han detenido
sin duda el aumento del floreciente estado en que dejaron esta monarquía los reyes don
Fernando V y su esposa doña Isabel ; de modo que, lejos de hallarse en el pie que aquellos
reyes pudieron esperar en vista de su gobierno tan sabio y del
plantío de los hombres grandes que
dejaron, halló Felipe V su herencia en el estado más infeliz: sin ejército, marina, comercio, rentas
ni agricultura, y con el desconsuelo de tener que abandonar todas las ideas que no fuesen
de la guerra, durando ésta casi sin cesar en los cuarenta y seis años de su reinado.
Bien sé que para igualar nuestra patria con otras naciones es preciso cortar muchos ramos podridos de
este venerable tronco, ingerir otros nuevos y darle un fomento continuo; pero no por eso le
hemos de aserrar por medio, ni cortarle las raíces, ni menos me harás creer que para darle su
antiguo vigor es suficiente ponerle hojas postizas y frutos artificiales. Para hacer un
edificio en que vivir, no basta la abundancia de materiales y de obreros; es preciso examinar el terreno
para los cimientos, los genios de los que han de habitar,
la calidad de sus vecinos, y otras mil
circunstancias, como la de no preferir la hermosura de la
fachada a
la comodidad de sus viviendas.
-Los canales -dijo el proyectista
interrumpiendo a
Nuño- son de tan alta utilidad, que el hecho solo
de negarlo acreditaría a cualquiera de necio.
Tengo un proyecto para
hacer uno en España, el cual se ha de llamar canal de San
Andrés,
porque ha de tener la figura de las aspas de aquel bendito
mártir. Desde La Coruña ha de llegar a
Cartagena, y desde el cabo
de Rosas al de San Vicente. Se han de cortar estas dos líneas en
Castilla la Nueva, formando una isla, a la que se pondrá mi nombre
para inmortalizar al
protoproyectista. En ella se me levantará un
monumento cuando muera, y han de venir en
romería todos los
proyectistas del mundo para pedir al cielo los ilumine (perdónese
esta corta
digresión a un hombre ansioso de fama póstuma). Ya
tenemos, a más de las ventajas civiles y políticas de este archicanal, una
división geográfica de España, muy cómodamente hecha, en septentrional, meridional, occidental y
oriental. Llamo meridional la parte comprendida desde la
isla hasta Gibraltar; occidental la que
se contiene desde el citado paraje hasta la orilla del mar Océano por la costa de Portugal y
Galicia; oriental, lo de Cataluña; y septentrional la cuarta parte restante. Hasta aquí lo material de mi
proyecto. Ahora entra lo sublime de mis especulaciones, dirigido al mejor expediente de las
providencias dadas, más fácil administración de la justicia, y mayor felicidad de los pueblos. Quiero
que en cada una de estas partes se hable un idioma y se
estile un traje. En la septentrional ha
de hablarse precisamente vizcaíno; en la meridional, andaluz cerrado; en la oriental,
catalán; y en la occidental, gallego. El traje en la septentrional
ha de ser como el de los maragatos, ni más
ni menos; en la segunda, montera granadina muy alta, capote de dos faldas y ajustador de
ante; en la tercera, gambeto catalán y gorro encarnado; en la cuarta, calzones blancos largos, con
todo el restante del equipaje que traen los segadores gallegos. Ítem, en cada una de las
dichas, citadas, mencionadas y referidas cuatro partes integrantes de la península, quiero
que haya su iglesia patriarcal, su universidad mayor, su
capitanía general, su chancillería,
su intendencia, su casa de contratación, su seminario de nobles, su hospicio general, su
departamento de marina, su tesorería, su casa de moneda, sus fábricas de lanas, sedas y lienzos, su
aduana general. Ítem, la corte irá mudándose según las cuatro estaciones del año por las
cuatro partes, el invierno en la meridional, el verano en la septentrional, et sic de caeteris .
Fue tanto lo que aquel hombre iba
diciendo sobre su proyecto, que sus secos labios iban padeciendo notable perjuicio, como se
conocía en las contorsiones de boca, convulsiones de cuerpo, vueltas de ojos, movimiento de
lengua y todas las señales de verdadero frenético. Nuño se levantó por no dar más pábulo al
frenesí del pobre delirante, y sólo le dijo al despedirse:
¿Sabéis lo que falta en cada parte de
vuestra España cuatripartita? Una casa de locos para los
proyectistas de Norte, Sur, Poniente y
Levante.
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