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28/10/09

Os límites da novela e o cine históricos. Pistas para a reflexión

1.- Primeiro texto para a reflexión.
Señor Hans, campanilleó Sophie apaciguando la discusión entre el profesor y el señor Levin, hace tiempo que está callado y tanto silencio, compréndanos, empieza a preocuparnos tratándose de usted. Así que si gusta, explíquenos, ¿por qué le desagradan las novelas históricas? Hans suspiró.
Verán, comenzó Hans, no es que no me gusten. Para mí los folletines de Walter Scott, y los de sus imitadores ya ni digamos, son un fraude. Pero no porque sean históricos, sino porque son antihistóricos. La historia me apasiona, y por eso la moda de las novelas históricas me parece penosa. No tengo nada contra el género, sólo que rara vez se le hace justicia. Creo que el pasado no debería ser un entretenimiento, sino un laborato­rio para analizar el presente. En esos folletines suele haber dos clases de pasado: paraísos bucólicos o falsos infiernos. Y en am­bos casos el autor miente. Desconfío de los libros que insinúan que el pasado fue mucho más noble, cuando ni el propio autor volvería si pudiese. Y también desconfío de los libros que in­tentan convencernos de que el pasado fue peor en todos los sentidos, que es lo que suele decirse para disimular las injusticias del presente. Quiero decir, y perdonen el discurso, que el pre­sente también es histórico. En cuanto a los argumentos, yo los veo vacíos. Llenos de acontecimientos pero vacíos de sentido, porque no interpretan su tiempo ni los orígenes del nuestro. No son realmente históricos. Los folletines utilizan la documen­tación como telón de fondo, en vez de tomarla como punto de partida para reflexionar. Sus argumentos casi nunca vinculan pasión y política, por ejemplo, o cultura y sentimientos. ¿De qué me sirve saber cómo se viste exactamente un príncipe, si no sé cómo se siente por ser príncipe? ¿Y qué me dicen ustedes de esos romances intemporales? ¿O vamos a creernos que la historia se transforma pero el amor siempre es el mismo? Por no hablar del estilo, ¡ay, el estilo de las novelas históricas! Con todos mis respetos, me cuesta entender que se sigan contando aventuras de caballeros como si no se hubiese escrito nada des­de las novelas de caballerías. ¿Acaso el lenguaje no transcurre, no tiene también su historia? Pero he vuelto a hablar demasiado. Les ruego que me disculpen.
Todo lo contrario, querido señor Hans, sonrió Sophie, ¿qué opinan los demás?

Andrés Neuman; El Viajero del siglo, Alfaguara 2000.Pxs. 173-174

2.- Outra pista para a reflexión.


Conviene aclarar para aquellos que busquen libros de historia en formato audiovisual, que una película no es un libro de historia. La ambientación, la recuperación de arquitecturas perdidas o el retrato de personajes históricos son trabajos complejos, mucho más complejos según nos alejamos en el tiempo. En primer lugar porque nos faltan muchos datos, en segundo lugar porque las sociedades mantienen costumbres y usos que hoy nos chocan por extraños. Una película es una historia, en el sentido de cuento, de narración, que pretende entretener, que nos plantea algunas preguntas, que nos presenta imágenes valiosas en su mera belleza o en lo que tienen de evocación. En este sentido podéis ver “Dulce Libertad” (1985) de Alan Alda que hace un retrato divertido y certero sobre las contradicciones entre el lenguaje y las pretensiones de una obra histórica y una película. El protagonista, el propio Alan Alda, comprueba como delante de sus ojos y contando con su supuesto asesoramiento, la historia de la película se aleja más y más del relato original de los hechos. Desde luego, una de las mejores metáforas sobre la historia-ficción, que goza hoy en día de tanto éxito, tanto en el cine como en la novela.
La principal de las pegas que encontramos en el cine histórico, en la novela histórica e incluso en algunos libros de historia es la “presentización”, atribuir valores o contravalores del presente a personajes del pasado. Desde entender que un caballero castellano del siglo XIII actúa siguiendo un atávico nacionalismo español, a pensar que San Francisco ejercía en el siglo XIII una suerte de ONG de protección de los animales por aquello de llamar hermanos a todos los bichos que se tropezaba. A menudo encontramos que los relatos de las películas nos agradan más o menos por lo mucho que se parecen a eso que nos gusta oír o ver. En definitiva, porque nos dan la razón y nos confirman en nuestras perezosas certezas. Ya sabéis que nada es más peligroso que nos adulen o que nos den la razón…..

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