Para contactar con xiztoria

Contacta con nós en: xiztoria@gmail.com

23/11/09

Más de retratos del XIX. EL CESANTE

“El cesante”, Mesonero Romanos

Pero dejemos a un lado los hombres en acción; prescindamos de este cuadro animado y filosófico, digno de las plumas privilegiadas de un Cervantes o del autor de Gil Blas; mi débil paleta no alcanza a coordinar acertadamente los diversos colores que forman su conjunto; y volviendo a mi primer propósito, sólo escogeré por objeto de este artículo aquellas otras figuras que hoy suelen llamarse pasivas; dejaremos los hombres en plaza, por ocuparnos de los hombres en la calle; los empleados de labor, por los empleados de barbecho; los que con más o menos aplauso ocupan las tablas, por aquellos a quienes sólo toca abrir los palcos o encender las candilejas.
.../...
Sea, pues, de estas causas la que quiera, ello fue, en fin, que una mañanita temprano, a tiempo que nuestro bonus vir se cepillaba la casaca y se atusaba el peluquín para trasladarse a su oficina, un cuerpo extraño a manera de portero se le interpone delante y le presenta un pliego a él dirigido con la S. y N. de costumbre. El desventurado rompe el sello fatal, no sin algún sobresalto en el corazón (que no suele engañar en tales ocasiones), y lee en claras y bien terminantes palabras que «S. M. ha tenido a bien declararle cesante, proponiéndose tomar en consideración sus servicios, etc.», y terminando el ministro su oficio con el obligado sarcasmo del «Dios guarde a usted muchos años».
texto completo





“El empleado”.Antonio Gil de Zárate
Pero lo que hay que ver es una secretaría del despacho en día que se muda el ministro. ¡Qué semblantes tan largos y macilentos! ¡Qué miradas tan inquietas! ¡Qué afán, qué desasosiego! Las mesas están abandonadas, los expedientes amontonados sin despachar; en todas las piezas, corros y conversaciones misteriosas. ¡Qué ir y venir! ¡Qué informarse! ¡Qué hablar de las cualidades y de los antecedentes favorables o contrarios del nuevo jefe! De repente, viene un portero: «Señores, que se sirvan usías pasar a la subsecretaría.» Este es el momento de la presentación; todos acuden cabizbajos, se reúnen, y con el subsecretario al frente, pasan al despacho de S. E., colocándose en círculo y observando con inquietud el semblante del árbitro de sus destinos, con el fin de adivinar en sus ojos la suerte que les espera. Pero el taimado, con una sonrisita nacida, más bien que de afabilidad, del contento de su reciente elevación, los desorienta y los recibe afectuoso, maravillándose tal vez de la numerosa grey que tiene a sus órdenes, y habiendo ministro que en semejante ocasión ha exclamado con estúpida candidez: «¡Oh!, ¡oh!, parece esto una comunidad!» Oye el balbuciente cumplido que le dirige el subsecretario en nombre de sus subordinados, y en seguida responde que se ha visto precisado a aceptar aquel puesto, que se sacrifica al bien público, y que sólo la cooperación, las luces de los que están presentes podrán sacarle airoso del arduo empeño y ayudarle a llevar la pesada carga que han arrojado sobre sus débiles hombros. «Espero -dice (son palabras históricas) que con los brazos unísonos me ayudarán ustedes a tirar del carro.» En seguida le hacen todos una profunda cortesía, y la comunidad se larga silenciosa por la puerta, quedando el ministro ocupado en nombrar a otros para tirar del carro, y los oficiales haciendo comentarios sobre la entrevista, hasta que reciben la orden de irse con la música a otra parte.
¡Irse con la música a otra parte! ¡Caer en el inmenso panteón de los cesantes! Triste suerte; pero suerte infalible de todo empleado moderno. El empleo no es más que un pasadizo que lleva desde la nada a la cesantía, es decir, a otra nada peor que la anterior, por estar llena de recuerdos y de esperanzas burladas; burladas, digo, pero no perdidas, porque el cesante siempre espera. Puesta la vista en el destino que ha dejado, aguarda una nueva revolución que le reintegre en su prístino resplendor, para perderle de nuevo y recobrarle otra vez y otras veinte en el espacio de pocos años. Como los arcaduces de una noria, los empleados actuales suben y bajan alternativamente, y se sumergen, y vuelven a aparecer, y están llenos unas veces, y otras vacíos, y nunca quietos, porque la rueda a que van atadoslos arrastra en su incesante movimiento; y como los mismos arcaduces, sólo sirven todos para agotar el manantial por donde pasan, es decir, la nación, a la cual, ya en activo servicio, ya cesantes, arruinan y sirven poco.
texto completo

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...