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-Ya no hay necesidad de concertar planes -declaró el teniente con forzada risa-. ¿No se lo decía yo a usted? Me destinan allá... a Navarra.La cosa anda mal.
-¡Bah!... cuatro bandidos que salen de aquí y de acullá; hombre, partidillas sueltas.
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Borrén le alargó la petaca, y Baltasar encendió nerviosamente un pitillo.
-Vamos, ¿cuántos candidatos dirá usted que hay al trono? -prosiguió echando leve bocanada de humo al techo-. Vaya usted contando por los dedos, si la paciencia le alcanza.Espartero... uno. Dirá usted que es un estafermo, bien; pero los restos del partido progresista, todo cuanto gastó morrión, y algu-
nos chiflados de buena fe, le aclaman. ¿No ha visto usted en las tiendas el retrato de Baldomero
I con manto real? El hijo de Isabel II, dos; su madre abdicó o abdicará. Ese, al menos, representa algo; pero es un rapaz; para jugar a la pelota serviría. El Pretendiente, tres... y mire usted, lo que es ese dará mucho juego; ya empieza todo el mundo a llamarle Carlos VII. Reúne él solo más partidarios que todos los demás juntos, y gente cruda, de trabuco y pelo en pecho. El duque de Aosta, un italiano... cuatro. Un alemán que se llama Ho... ho... en fin, un nombre difícil; los periódicos satíricos lo convirtieron en Ole, ole, si me eligen... cinco. La regencia trina... seis, o por mejor decir, ocho. Y Ángel I... nueve.¡Ah!, se me olvidaba el de Portugal que anda remiso... y Montpensier. Once. ¿Qué tal?
-Pero... así, candidatos formales... ¡Mozo, café y cognac!
-No, gracias, lo tomé en casa... Claro: candidatos serios, por hoy, don Carlos y la república.El caso es que entre todos no nos dejarán hueso sano... Por de pronto, yo me las guillo.
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