Pero al acudir a la entrevista, que era, por más señas, en el terreno neutral del café, Borrén conoció que Baltasar traía alguna extraordinaria nueva.
-Ya no hay necesidad de concertar planes -declaró el teniente con forzada risa-. ¿No se lo decía yo a usted? Me destinan allá... a Navarra.La cosa anda mal.
-¡Bah!... cuatro bandidos que salen de aquí y de acullá; hombre, partidillas sueltas.
-Partidillas sueltas... ya, ya me lo contará usted dentro de unos meses. El cariz del asunto se pone cada vez más feo. Entre esos bárbaros que quieren entrar en burro en las iglesias y fusilan por chiste las imágenes, y los otros salvajes que cortan el telégrafo y queman las estaciones... verá usted, verá usted qué tortilla se nos prepara. Aquí nadie se entiende. Mire usted que hasta Montpensier, que parecía formal, meterse en ese desafío estúpido. Él quería ser rey; pero el haber matado al perdis de su primo le cuesta la corona y a nosotros un ojo de la cara, porque como no venga Satanás en persona a arreglarnos, no sé lo que sucederá... Deme usted un cigarro... si lo tiene usted ahí.
Borrén le alargó la petaca, y Baltasar encendió nerviosamente un pitillo.
-Ya no hay necesidad de concertar planes -declaró el teniente con forzada risa-. ¿No se lo decía yo a usted? Me destinan allá... a Navarra.La cosa anda mal.
-¡Bah!... cuatro bandidos que salen de aquí y de acullá; hombre, partidillas sueltas.
-Partidillas sueltas... ya, ya me lo contará usted dentro de unos meses. El cariz del asunto se pone cada vez más feo. Entre esos bárbaros que quieren entrar en burro en las iglesias y fusilan por chiste las imágenes, y los otros salvajes que cortan el telégrafo y queman las estaciones... verá usted, verá usted qué tortilla se nos prepara. Aquí nadie se entiende. Mire usted que hasta Montpensier, que parecía formal, meterse en ese desafío estúpido. Él quería ser rey; pero el haber matado al perdis de su primo le cuesta la corona y a nosotros un ojo de la cara, porque como no venga Satanás en persona a arreglarnos, no sé lo que sucederá... Deme usted un cigarro... si lo tiene usted ahí.
Borrén le alargó la petaca, y Baltasar encendió nerviosamente un pitillo.
-Vamos, ¿cuántos candidatos dirá usted que hay al trono? -prosiguió echando leve bocanada de humo al techo-. Vaya usted contando por los dedos, si la paciencia le alcanza.Espartero... uno. Dirá usted que es un estafermo, bien; pero los restos del partido progresista, todo cuanto gastó morrión, y algu-
nos chiflados de buena fe, le aclaman. ¿No ha visto usted en las tiendas el retrato de Baldomero
I con manto real? El hijo de Isabel II, dos; su madre abdicó o abdicará. Ese, al menos, representa algo; pero es un rapaz; para jugar a la pelota serviría. El Pretendiente, tres... y mire usted, lo que es ese dará mucho juego; ya empieza todo el mundo a llamarle Carlos VII. Reúne él solo más partidarios que todos los demás juntos, y gente cruda, de trabuco y pelo en pecho. El duque de Aosta, un italiano... cuatro. Un alemán que se llama Ho... ho... en fin, un nombre difícil; los periódicos satíricos lo convirtieron en Ole, ole, si me eligen... cinco. La regencia trina... seis, o por mejor decir, ocho. Y Ángel I... nueve.¡Ah!, se me olvidaba el de Portugal que anda remiso... y Montpensier. Once. ¿Qué tal?
-Pero... así, candidatos formales... ¡Mozo, café y cognac!
-No, gracias, lo tomé en casa... Claro: candidatos serios, por hoy, don Carlos y la república.El caso es que entre todos no nos dejarán hueso sano... Por de pronto, yo me las guillo.
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