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8/2/13

Reflexións sobre a Historia .2. Leonardo Padura.. El Hombre que amaba a los perros



   Pero era evidente que estábamos hundidos en el fondo de una atrofiada escala social donde inteligencia, decencia, conocimiento y capacidad de trabajo cedían el paso ante la habilidad, la cercanía al dólar, la ubicación política, el ser hijo, sobrino o primo de Alguien, el arte de resolver, inventar, medrar, escapar, fingir, robar todo lo que fuese robable. Y del cinismo, el cabrón cinismo.

Supe entonces que para muchos de mi generación no iba a ser po­sible salir indemnes de aquel salto mortal sin malla de resguardo: éra­mos la generación de los crédulos, la de los que románticamente acep­tamos y justificamos todo con la vista puesta en el futuro, la de los que cortaron caña convencidos de que debíamos cortarla (y, por su­puesto, sin cobrar por aquel trabajo infame); la de los que fueron a la guerra en los confines del mundo porque así lo reclamaba el interna­cionalismo proletario, y allá nos fuimos sin esperar otras recompensas que la gratitud de la Humanidad y la Historia; la generación que su­frió y resistió los embates de la intransigencia sexual, religiosa, ideoló­gica, cultural y hasta alcohólica con apenas un gesto de cabeza y mu­chas veces sin llenarnos de resentimiento o de la desesperación que lleva a la huida, esa desesperación que ahora abría los ojos a los más jóvenes y les llevaba a optar por la huida antes incluso de que les die­ran la primera patada en el culo. Habíamos crecido viendo (así éramos de miopes) en cada soviético, búlgaro o checoslovaco un amigo since­ro, como decía Martí, un hermano proletario, y habíamos vivido bajo

el lema, tantas veces repetido en matutinos escolares, de que el futuro de la humanidad pertenecía por completo al socialismo (a aquel socialismo que, si acaso, solo nos había parecido un poco feo, estética­mente, solo estéticamente grotesco, e incapaz de crear, digamos, una canción la mitad de buena que «Rocket Man», o tres veces menos hermosa que «Dedicated to The One I Love»; mi amigo y congénere Ma­rio Conde pondría en la lista «Proud Mary», en versión de Creedence-. Atravesamos la vida ajenos, del modo más hermético, al conocimien­to de las traiciones que, como la de la España republicana o la de Polonia invadida, se habían cometido en nombre de aquel mismo so­cialismo. Nada habíamos sabido de las represiones y genocidios de pueblos, etnias, partidos políticos enteros, de las persecuciones morta­les de inconformes y religiosos, de la furia homicida de los campos de trabajo, del asesinato de la legalidad y la credulidad antes, durante y después de los procesos de Moscú. Muchos menos tuvimos la menor idea de quién había sido Trotski ni de por qué lo habían matado, o de los infames arreglos subterráneos y hasta evidentes de la URSS con el nazismo y con el imperialismo, de la violencia conquistadora de los nuevos zares moscovitas, de las invasiones y mutilaciones geográficas. humanas y culturales de los territorios adquiridos y de la prostitución de las ideas y las verdades, convertidas en consignas vomitivas por aquel socialismo modélico, patentado y conducido por el genio del Gran Guía del Proletariado Mundial, el camarada Stalin, y luego remendado por sus herederos, defensores de una rígida ortodoxia con la que condenaron la menor disidencia del canon que sustentaba sus des­manes y megalomanías. Ahora, a duras penas, conseguíamos entender cómo y por qué toda aquella perfección se había desmerengado cuan­do se movieron solo dos de los ladrillos de la fortaleza: un mínimo ac­ceso a la información y una leve pero decisiva pérdida del miedo (siempre el dichoso miedo, siempre, siempre, siempre) con el que se había condensado aquella estructura. Dos ladrillos y se vino abajo: el gigante tenía los pies de barro y solo se había sostenido gracias al te­rror y la mentira... Las profecías de Trotski acabaron cumpliéndose y la fábula futurista e imaginativa de Orwell en 1984 terminó convir­tiéndose en una novela descarnadamente realista. Y nosotros sin saber nada... ¿O es que no queríamos saber?



Leonardo Padura; El hombre que amaba a los perros, Tusquets, Barcelona 20127ªed. pxs. 487-488


NOTA 1. Xentileza de X.(rta)L.(arge) Mosquera
NOTA 2. Rocket..., Dedicated..., Proud Mary ¡si! ... pero tamén Silvio, Pablo....

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